Por Mitzi Rosales
Como cada año, el Día de Muertos es una fecha que llena nuestras casas de coloridos altares que representan vida, recuerdos y tradición. Entre los elementos del altar como el papel picado y flores de cempasúchil honramos a quienes ya no nos acompañan de forma física, ¿pero alguna vez te has puesto a pensar cuál es el origen de esta hermosa tradición?
La conquista de México fue un choque entre dos conceptos diferentes sobre la vida y la muerte; el mundo europeo tenía una visión de la muerte inclinada al miedo y tristeza, pero el mundo nahua la asimilaba de forma menos trágica.
Después de la llegada de las primeras órdenes religiosas a territorio mexicano se transformaron las creencias de los pueblos nativos sembrando el miedo a la muerte, pero esta idea jamás se pudo plasmar totalmente porque los nativos comenzaron a crear mezclas de costumbres y fiestas religiosas entre su forma de entender al mundo y el pensamiento europeo que imponía algo diferente. Fue así como se crearon un sinfín de expresiones artísticas y culturales que el día de hoy conforman el patrimonio cultural de México.
La celebración como la conocemos en la actualidad se comenzó a celebrar con el Día de los Fieles Difuntos, cuando se veneraban restos de santos europeos y asiáticos recibidos en el Puerto de Veracruz y transportados a diferentes destinos, en ceremonias acompañadas por arcos de flores, oraciones, procesiones y bendiciones de los restos en las iglesias y con reliquias de pan de azúcar –antecesores de nuestras calaveras– y el llamado pan de muerto.
Aunque esta fecha ha evolucionado y se ha adaptado a los tiempos recientes, se sigue celebrando de las formas más variadas a lo largo de nuestro país, así que cada región lo interpretó a su forma, dando origen a una gama impresionante de coloridas celebraciones.
El Día de Muertos es una herramienta para recordar a nuestros seres amados que se fueron pero siguen entre nosotros, es no resignarnos a olvidar a quienes amamos y poderles brindar un pequeño homenaje hecho con nuestras manos en la ofrenda de muertos donde se ejemplifica nuestro amor encima de niveles forrados de papel china de colores o cubiertos de un mantel, el papel picado que juega con el aire, las calaveritas de azúcar y chocolate que sacan caries, el delicioso pan de muerto que se convierte el pretexto perfecto para romper la dieta, el olor a flores de cempasúchil que llena el aire de una expresión de nostalgia, las veladoras que turban y encienden la memoria de recuerdos, la sandunga, las calaveritas literarias, es las artesanías en barro negro y la imaginación de José Guadalupe Posada.
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